Breve biografia

Emilio Venturini nace en Chioggia el 9 de enero de 1842, quinto de nueve hijos, de Tommaso Venturini y de María Santina Voltolina.

El padre tiene, afortunadamente, una relación limitada con el mar; precisamente en el año de nacimiento de Emilio logra iniciar la actividad como comerciante que le permite de evitar las largas ausencias de casa y de mejorar la economía familiar, ofreciendo además a los hijos la oportunidad de una instrucción escolar.

La madre, ama de casa toda entregada a la familia, es recordada en un testimonio del hijo como una “mujer de grandes virtudes cristianas entre las cuales sobresalían una bondad y mansedumbre, más únicas que raras, y una paciencia que no tenía fin».

El joven Emilio crece por lo tanto respirando aire de vocación al amor y a la caridad: Tommaso y María Santina poseen en efecto aquellas virtudes que distinguen la familia cristiana que, en un contexto social marcado de precarias condiciones de vida, han probado sacrificio y sufrimiento y, precisamente de la maduración de estas experiencias, han sacado una mayor agregación familiar y una más elevada sensibilidad a las necesidades de los demás.

Después de haber frecuentado las tres clases de la "escuela primaria municipal" Emilio escoge de seguir los estudios inscribiéndose como estudiante exterior a la escuela secundaria del seminario episcopal.

Son estos los años en que su natural bondad, unido a la educación recibida, a su formación humanística y a su fe sólida, lo conducen a madurar su elección de vida: conquistado por el ideal de San Felipe Neri, la caridad y alegría cristiana, y además una gran espiritualidad, Emilio el 25 de abril de 1858 entra con entusiasmo en la Congregación del oratorio filipense de Chioggia, vistiendo el hábito el año siguiente a la edad de diecisiete años. De él fue escrito: “Fue San Felipe Neri que penetró toda su alma, fueron los óptimos padres de la congregación que lo veían crecer con la mente fija a la contemplación de los divinos misterios, asiduo a la oración, devoto de María, enamorado de los sacramentos, así que del Espíritu embriagado se podía conocer cuanto era lleno de fe, de esperanza y de santo amor».

Su camino de preparación teológica es paralela con su viva adhesión a las actividades asistenciales y recreativas de la comunidad filipense. Las crónicas de aquellos tiempos recuerdan su solícito empeño en las labores asignadas: Emilio se dedica a la asistencia de los hermanos enfermos, ayuda donde se le necesita, es cronista de la congregación desde el 1863 al 1891.

Acabados los estudios de teología es admitido, con unanimidad, primero a las órdenes menores y luego a aquellas mayores culminantes en el sacerdocio; viene ordenado sacerdote, con dispensa de la Santa sede a causa de su joven edad, a sólo veintidós años el 24 de septiembre de 1864.

Padre Emilio se revela ya desde el inicio un sacerdote intensamente comprometido en la actividad educativa y pastoral en su comunidad y en el seminario, pero también profundamente sensible a la realidad social de su ciudad.

En el total respeto del ideal Filipense, inspirado en el amor hacia el prójimo y la primacía de la caridad, se pone al servicio de los más pobres, de los marginados, de cuantos, inmersos en el cotidiano de su sufrimiento, necesitan ser educados en la fe y de sentir la presencia de Cristo entre ellos.

Para todos tiene palabras de consuelo y esperanza: convencido que también el escribir y los dones de orador, para quien tiene que ser socorrido en el ánimo más que en el cuerpo, pueden ser una forma de apostolado de grande utilidad; con sus sermones caracterizados de un estilo sencillo e inmediato, privo de cualquier artificio retórico, busca de hacer del bien espiritual por todas partes. La supresión de parte del gobierno, en el 1868, del Oratorio, y abierto otra vez en el 1883, no desalienta el obrar caritativo de padre Emilio que, al contrario, se hace más fuerte y tenaz; en su dirigirse hacia los últimos por las calles de Chioggia la mirada se detiene en modo particular sobre la situación de inestabilidad y de grave incomodidad a la que está obligada la mayor parte de la juventud chioggiotta.

Se dedica de este modo a la instrucción y a la formación espiritual de los muchachos que reúne en la capilla de san Martín a Chioggia y busca solucionar el problema de las niñas huérfanas o abandonadas, expuestas continuamente a los peligros y riesgos de la vida de la calle.

La intención de padre Emilio es aquella de crear una casa de acogida en la cual estas jóvenes puedan crecer circundadas de serenidad y amor.

La providencia lo ayuda en la realización de este proyecto flanqueándole la maestra Elisa Sambo, una mujer animada de una grande fe y de fuertes convicciones cristianas.

De joven ella había decidido de dedicar su vida al Señor entrando como religiosa entre las "Hijas de María SS. Dolorosa", en el convento de santa Caterina; después de la supresión de dicho convento, ella continuó su camino de caridad hacia los demás, en armonía con el Evangelio.

Ahora, en perfecta sintonía espiritual con P. Emilio Venturini, ofrece sí misma y su casa para el cuidado de las primeras huérfanas: el pequeño instituto, puesto bajo la protección de San José, viene consagrado el 19 de marzo de 1871 y denominado "Instituto de las huérfanas de San José”.

En el 1873, debido al continuo aumento del número de las pequeñas necesitadas, Padre Emilio y Madre Elisa logran adquirir, con grandes esfuerzos y sacrificios, una casa más espaciosa y hospitalaria en calle Manfredi; el 19 de marzo de aquel año nace además, dictado de la necesidad, una comunidad religiosa que flanquee madre Elisa en su obrar, la nueva congregación de las "Hijas de María SS. Dolorosa".

Padre Emilio sintetizó así la espiritualidad de las nuevas religiosas: "tienen que estar llenas de la caridad de Cristo, tienen que vivir sólo para las huérfanas, para ellas fatigarse, limosnear y morir por ellas. Deben principalmente mantenerse entre ellas en paz y caridad, dar continuos ejemplos de virtud a las huérfanas para las cuáles, como el profeta Eliseo, tienen que hacerse pequeñas para darles la vida espiritual".

El Instituto San José crece así en la caridad, signo que distingue y une los hijos de Dios, en la total entrega al prójimo y en la grande devoción a María, en particular en su imagen de Mater Dolorosa, de mujer fuerte y valiente que al pié de la cruz, en un momento de extremo sufrimiento, no ha titubeado en ser continuadora de la obra de redención iniciada por el Hijo.

A pesar de ello, el servicio activo y perseverante de la pequeña comunidad y de su fundador conoce rápidamente tensiones y dificultades: las reglas filipenses prohibían a los padres la dirección de cualquier institución; rechazando la solicitud de dejar todo lo que había comenzado, por lo cual había sufrido y fatigado, y que sólo ahora comenzaba a dar sus frutos, padre Emilio viene excluido de su congregación oratoriana.

Ante tanta amargura una rendija de consuelo y de gozo le viene, antes de morir el primero diciembre del 1905, por la expansión del instituto más allá de los límites de la ciudad con la creación de una casa filial a Pellestrina.

Tomando ejemplo del valor del fundador, de aquel valor que es regalo del espíritu de Dios y de donación total sin reservas, la congregación de las "Siervas de María Dolorosa" continúa con constancia su apostolado; entre las etapas fundamentales de este camino han destacado la agregación, el 12 de febrero de 1918, a la orden de los Siervos de María y de la aprobación pontificia en el 1985.

Las religiosas, buscando de responder a las situaciones de necesidad y de entender los signos de los tiempos, han difundido su carisma, inspirándose a María, en otras partes de la diócesis de Chioggia, en la regiones del Véneto, Emilia Romagna y Roma. Ellas se dedican a la actividad educativa con los niños: Jardín de niños y la escuela Primaria, a la asistencia de los enfermos y a la colaboración pastoral en varios sectores.

Un fuerte espíritu evangélico impulsó además a las religiosas a una apertura misionera que las llevó a la fundación de nuevas comunidades en México y también en Papua Nueva Guinea, por nueve años (actualmente esta misión ya no existe).  En el 2008 la Congregación llego en Africa, en Burundi. La semilla de la caridad continúa así a dar sus frutos y el lema de padre Emilio "La Caridad de Cristo nos urge" no conoce límites en el tiempo.